La vida es bastante rebuscada como para tomársela con severidad. Y la juventud siempre otorga ventaja. Así que, un poco para adquirir experiencia, un poco para celebrar que se está perdido, un poco para subrayar la propia naturaleza, he aquí una lista caprichosa de errores que deben cometerse mientras todavía se cuenta con veintitantos. Es muy probable que, una vez llegados las treinta, no estés dispuesto a intentar algunas cosas (y te pierdas del sano ejercicio de fastidiar, fastidiarte y descubrir las secuelas resultantes de tu pequeña audacia).
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Aceptar un empleo espantoso. No se trata de imaginar
el peor de los empleos, ni de terminar sacando fotocopias en la
universidad donde estudia tu hermano menor, pero los malos empleos
sirven para restregarse en la propia cara lo que no se está dispuesto a
hacer. Si no, pregúntenles a los egresados de carreras humanísticas, que
salieron huyendo de la docencia después de la primera quincena.
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Renunciar al trabajo irresponsablemente. “Decidí que
esto no conviene a mis planes, quiero cambiar de rumbo, gracias por
todo, hasta nunca.” Si ya decidiste que no quieres saber nada más de ese
jefe y ese escritorio, date el gusto de renunciar de la noche a la
mañana, con derroche de falsa dignidad. Estarás construyendo pésimas
referencias, pero tienes veintitantos, así que ya habrá tiempo
suficiente para enmendar tu currículo.
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Irte a vivir con una persona que te encanta (porque todavía no la conoces lo suficiente).
Es decir que, si te dieras dos meses más para averiguar quién es en
realidad ese bombón y qué tan molestos son sus hábitos, saldrías huyendo
antes de que se cumpliera el plazo.
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Creer en el amor tal como se muestra en algunos libros y películas.
Tú sabes, monogamia, fidelidad de pensamiento, palabra y omisión,
comprensión de tiempo completo, gastos equitativamente repartidos… Si no
te das el lujo de creer en todo eso, no podrás comprobar que los poetas
del siglo XII, esos que inventaron el cortejo amoroso, eran gente
retorcida que hoy reencarna en seres horribles porque no han logrado
superar su mal karma.
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Gastar todo tu dinero en un viaje. Vender el
automóvil, sacar los ahorros del banco, excederse incluso en la premura
del itineriario. Ya habrá tiempo para recuperar lo gastado, aunque sea
cometiendo el primer error de esta lista. Si quieres ponerle más peligro
a la expedición, desaparece del mapa sin avisarle a nadie.
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Probar con las drogas. No te conviertas en junkie, pero averigua qué se siente perder el control. Experimenta, diviértete y, sobre todo, ten cuidado. (NO RECOMENDADO)
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Acostarte con la persona que conociste hace dos horas en el bar.
El escabroso encanto de amanecer con alguien que brindó contigo la
noche anterior, y tal vez ni siquiera te gustaba tanto, es directamente
proporcional a la incomodidad del día siguiente. Hay que probarlo al
menos una vez. Y evitarlo a toda costa sin condón.
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Estudiar algo verdaderamente impráctico. Dejar la
carrera de finanzas en el tercer semestre para estudiar actuación o
guionismo o danza contemporánea. Si durante el tiempo de disidencia
decides convertirte en actor, escritor o bailarín, entonces perfecto y
ya qué remedio. Si descubres que extrañas la posibilidad de un empleo
más estable, vuelve a la universidad y termina la carrera. Total, lo
bailado nadie te lo quita.
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